Desde el tren observo las cigüeñas moverse con sus largas patas buscando comida por los campos. La pastora absorbe la energía que nos brinda el sol, mientras las ovejas comen la hierba que ha nacido gracias a la magia de la fotosíntesis, y pájaros de diversas especies acompañan al ganado, atraídos por los insectos que viajan con las ovejas y las semillas que van dispersando por el camino. ¿Quién podría privarnos de esto? ¿Quién puede comprar nuestro sol?
Estos días Elon Musk, creador de Tesla y considerado la persona más “rica” del mundo, está acaparando un poco todos los noticiarios por diferentes razones. Una de ellas se debe a que sentenció en su cuenta de Twitter que “España debería construir una matriz solar masiva que podría alimentar a toda Europa”.
Pedro Duque, astronauta y exministro de Ciencia, Innovación y Universidades le respondía a través de la misma red social que “damos la bienvenida a las inversiones en España para impulsar nuestra ya gran producción de energías renovables. Todo nuestro marco legal está preparado para ello. ¿Conoces algún inversor?”
Sorprende que, por mucho que los periódicos (digitales y en papel) publiquen palabras sobre la Guerra de Ucrania, a pesar de los duros testimonios de las corresponsales de guerra que escuchamos en la radio y de las dolorosas imágenes que el televisor nos ha traído esta semana desde Bucha, es muy poco lo que hemos aprendido de esta guerra.
Da la sensación, por un lado, de que el fin justifica cualquier medio, y cualquier precio, y que ahora, que Europa quiere independizarse de la energía fósil rusa, urge -rápido y de cualquier manera- buscar alternativas con las que, obviamente, hay quien hace negocio. Y si estas alternativas implican llenar nuestro medio rural de placas solares, pues que viva Europa y caiga todo lo demás.
Pero, si llenamos nuestros campos de placas solares, ¿qué pasará con nuestros paisajes y con el turismo rural? ¿Qué ocurrirá con nuestra agricultura y ganadería? ¿Sacrificarán también nuestros bosques por el bien de la energía de “toda Europa”? Y, si no hay cultivos, ¿qué pasará con nuestros pájaros, con nuestros polinizadores, con la fauna salvaje? ¿De dónde saldrá nuestra comida? ¿Bastarán los ahora ensangrentados campos de trigo de Ucrania para alimentarnos o abrirán más macroexplotaciones porcinas que llenen de nitratos el suelo ensombrecido por las placas solares? ¿O acaso nos alimentaremos del humo industrial y de los patinetes eléctricos de las ciudades?
Y, ¿qué pasará con la gente que mantiene vivos nuestros pueblos, nuestra cultura, nuestra arquitectura tradicional, nuestras razas autóctonas, nuestros paisajes y espacios naturales protegidos? ¿Quién podrá y querrá vivir en una isla entre un mar de placas?
Esto no es todo, porque si se fomentan macroproyectos que alimentan de energía a las macrociudades, y si se sigue la propuesta de Musk y se abastece de energía a Europa, ¿qué ocurrirá si quienes compren esa energía el día de mañana deciden dejar de comprarla como pasó en 2014 cuando de la noche a la mañana se dejó de exportar fruta y verdura por el veto ruso?
No podemos vender nuestro medio rural, nuestra principal riqueza, al primer postor que nos ofrezca pan para hoy y hambre para mañana. No podemos olvidar que la principal energía que necesitamos los seres humanos, como animales que somos, es el alimento; y que si no lo tenemos garantizado, da igual la energía que nos de calor.
Por tanto, deberíamos ir más allá, mirar el futuro que viene, el contexto de emergencia climática en el que nos encontramos y apostar por la soberanía alimentaria y energética. Promover la presencia de una placa solar en cada casa, en cada edificio, y proyectos colectivos sostenibles como la comunidad energética que se ha creado en Luco de Jiloca (Teruel) y que es la primera de este tipo en España.
Dar vida al suelo para que nos de frutos que nos den de comer a personas, ganado, pájaros, mamíferos silvestres, reptiles, insectos… Intentar autoabastecernos para proveernos un futuro.
Pequeños proyectos en lugares pequeños que generen la verdadera riqueza, la que no puede almacenarse en un banco y que no se cuenta en números, la que nos llena de salud y felicidad.
Quizás habría que recordarle a Elon Musk que, a pesar de ser la persona más “rica” del mundo, no puede comprar el sol.
Tú no puedes comprar al viento
Tú no puedes comprar al sol
Tú no puedes comprar la lluvia
Tú no puedes comprar el calor
Tú no puedes comprar las nubes
Tú no puedes comprar los colores
Tú no puedes comprar la alegría
Tú no puedes comprar mis dolores
(Latinoamérica. Calle 13)
Gracias Lucía, reflexiones para un mundo inmóvil. Espero que el acomodo instaurado en la sociedad del bienestar termine pronto y las personas se pongan en acción, acción por el espíritu, por los seres humanos, por el planeta, por la vida.
Gracias
Muchas gracias, Ismael!
No entiendo la manía de crear tanta granja de placa solar en sitios rurales. ¿Por qué no aprovechar el techo de todas las naves industriales y edificios que hay en España?