Artículo escrito originalmente en aragonés y publicado el 14 de enero de 2020 en Eldiario.es Aragón
El otro día alguien se sorprendió cuando le hablé de Esquellana, una iniciativa social para transformar la lana de la oveja guirra, la única raza de oveja valenciana, y de esta manera poder asegurar a las ganaderías el ingreso de los costes que supone el esquileo. Lo mejor de esta iniciativa es que demuestra que el amor –por la biodiversidad agraria en este caso- mueve montañas… Por lo menos montañas de lana, que han dejado de estar acumuladas en las granjas, donde acababan yendo directamente a la basura, y han resultado ser una de las claves para mantener esta raza en peligro de extinción, ya que las compañeras detrás de este proyecto han conseguido que las ganaderías de oveja guirra tengan un aliciente extra que les haga pensárselo dos veces antes de cambiar a sus ovejas por otras de razas en teoría más productivas pero menos adaptadas al territorio.
Aquí, en Aragón, también tenemos una iniciativa que lleva años en marcha para recuperar la lana de una de nuestras razas autóctonas, la oveja ansotana, que tiene una lana de excelente calidad con la que antaño se confeccionaba el traje ansotano. Sin embargo, la gran calidad de la lana ansotana cayó en el olvido, cayendo también su uso, sobretodo en la época actual, donde a pesar de la crisis climática, seguimos vistiéndonos con plástico antes que buscar materiales sostenibles como son la lana de nuestras ovejas locales.
Nuestro amplio, diverso y peculiar territorio, de polvo, viento, niebla y sol, ha dado lugar a que tengamos nada más y nada menos que nueve razas ovinas: la rasa aragonesa, la ojinegra de Teruel, la maellana, la roya bilbilitana, la churra tensina, la xisqueta, la ansotana, la cartera y la merina de los Montes Universales. Excepto las dos primeras, todas ellas se encuentran en peligro de extinción.
A pesar de nuestra maravillosa diversidad genética, la mayoría de la población desconoce esta riqueza. Es más, desconocen también la cultura y los paisajes asociados a ella, así como las historias que cada vellón esconde. La oveja ansotana, por ejemplo, además de producir una excelente lana, también producía una leche de gran calidad con la que se elaboraba un queso que aparece mencionado en el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar de Pascual Madoz como el mejor del Pirineo. Y hablo en pasado porque, por desgracia, no hay nadie que ordeñe ansotanas a día de hoy. La Merina de los Montes Universales, por su parte, es fruto de la trashumancia aún hoy practicada por las gentes de la Sierra de Albarracín que se trasladan todos los otoños hasta tierras andaluzas en busca de pastos para sus ovejas. Y, otra curiosidad, nuestra roya bilbilitana recibe ese nombre por el color rojizo de su lana.
No deja de ser curioso lo adaptadas que están estas razas a nuestra agreste tierra, formando parte del paisaje, y consiguiendo algo que a simple vista parece tan imposible como alimentarse en un territorio tan duro como el monegrino, como hace la rasa aragonesa.
Sin embargo, a pesar de lo necesarias que son nuestras ovejas a la hora de preservar nuestros ecosistemas, de mantener vivos nuestros pueblos, de conservar la biodiversidad, de ser fundamentales para adaptarnos al cambio climático, en la última década el número de ovejas en Aragón ha disminuido en un 45%, al ritmo que nuestros pueblos siguen vaciándose.
Si realmente nos preocupa el medio ambiente, el medio rural, nuestra cultura y nuestra historia, tenemos que apoyar a las ganaderías en extensivo consumiendo productos de estas razas, como el ternasco de Aragón, el lechal tensino o la lana de la ansotana. Porque es la lana de estas ovejas la que teje nuestro territorio.