El 27 de agosto de 1883 una erupción volcánica acabó con gran parte de las islas del archipiélago de Krakatoa, entre ellas la isla principal, Rakata, de la que sobreviviría un extremo, cubierto de cenizas y carente de vida.
Años más tarde, en 1927, la lava desprendida de una serie de nuevas erupciones volcánicas daría lugar a una nueva isla, a la que los javaneses Anak Krakatau, que significa ‘hijo de Krakatoa’. Aquel montículo, que asomó por encima del mar en 1928, tampoco tenía animales ni plantas que la habitaran y, sin embargo, al igual que su hermana mayor, Rakata, ha acabado siendo un paraíso tropical.
Las fases por las que pasó Rakata hasta que se convirtió en una explosión selvática las explica de maravilla Marc Badal en su libro ‘Cuadernos de viaje’. En él cuenta cómo en 1884 hallaron al primer habitante de la isla: una araña microscópica que se aprovechó del viento para conquistar el nuevo territorio. Meses más tarde aparecieron los primeros brotes de hierba, y un año más tarde se contaban quince especies distintas de plantas. En 1897 serían cuarenta y nueve.
Desde que vi las primeras imágenes del río de lava en la isla de La Palma no he podido dejar de pensar en Krakatoa y de preguntarme varias cosas: ¿cuál será la primera semilla que se asentará y medrará sobre el magma frío? ¿Cómo llegará hasta ahí? ¿Qué pájaro se comerá sus frutos?
Probablemente nunca lo sabremos, porque lo más seguro es que la vida se abra paso en distintos puntos simultáneamente. Sobre todo, porque, a diferencia de Krakatoa, en La Palma no toda la isla se encuentra bajo un manto de ceniza o de lava, y aún quedan plantas en la isla.
Me pregunto también si, dentro de unos años, con el ecosistema ya estabilizado, si esa primera semilla, esa primera planta, será la predominante o si, las que vengan después acabarán desplazándola.

Fruto de oruga de mar. (Fuente: Wikipedia)
Son muchas y diversas las formas que tienen las plantas de llegar a nuevos territorios: pueden hacerlo arrastradas por el viento, como seguramente llegaron las primeras semillas a las nuevas islas del archipiélago de Krakatoa. Otras lo hacen dejándose mecer por las ondulaciones del mar, como es el caso de los cocos, o de otras plantas más típicas de Canarias, como son las orugas de mar (Cakile marítima). Y también las hay que necesitan a los animales para dispersar sus semillas: bien siendo transportadas pegadas al pelo o la lana (o la ropa o el calzado) de los animales, bien siendo digeridas o bien siendo transportadas por éstos para almacenarlas posteriormente (el típico caso de la ardilla que transporta la avellana para consumirla en el invierno).
Por supuesto, también entra aquí el factor humano que tira semillas (o frutos, que contienen las semillas) allá donde le viene en gana, y los humanos que transportan semillas sin ser conscientes en la suela de sus zapatos, o pegadas a la ropa, o con el transporte de mercancías y que “contaminan” el espacio por el que pasan ayudando a veces a que medren especies exóticas que causan un grave daño en el ecosistema.
El caso es que una primera semilla surgirá de la nueva tierra de La Palma, y que luego llegarán otras. Y después aparecerán los insectos, los pájaros, los reptiles, los mamíferos… Y de la destrucción, de las infernales coladas de lava ardiente, surgirá la vegetación, la selva, la vida…