Ya es primavera. Por lo menos, ya lo es oficialmente. Cada año el invierno dura menos, las nevadas tardan más en llegar y las flores colorean antes los paisajes.
Nuestra memoria, como el invierno, también es cada vez más corta. ¿Acaso alguien recuerda ya que estas navidades, en plena temporada, las pistas tuvieron que cerrar porque no había nieve? ¿Alguien recuerda que esta lucha ya la vivimos hace casi veinte años cuando intentábamos proteger Espelunciecha? No lo se, creo que ya nadie lo recuerda. La nieve cayó sobre los recuerdos y los borró, como borra las huellas anónimas de esos seres silenciosos que dan vida a las humeantes chimeneas en nuestros pueblos.
El Gobierno de Aragón no lo recuerda. O quizás sí, como un sueño -mal sueño- lejano del que no quiere acordarse. Una mentira, como la del cambio climático y la de querer revertir la despoblación y diversificar la actividad económica.
Igual que nos olvidamos de nuestros dioses ancestrales, esos que un día se convirtieron en roca e hicieron de esta una tierra de leyenda a través de unas palabras en una lengua que se extingue igual que se fue el bucardo, y que solo vuelan ya a través de las alas de algún quebrantahuesos.
¿Podremos olvidar algún día que hubo un tiempo en el que acariciábamos la tierra roja de la Canal Roya y disfrutábamos de toda su biodiversidad sin pilonas, ni cables, ni telesillas? No, no lo creo.
Este año el Gobierno de Aragón resucitaba un fantasma que lleva años sobrevolando nuestras casas, amenazando nuestros ecosistemas y poniendo en riesgo la flora, la fauna y la cultura local. Me refiero al proyecto de unión de las estaciones de esquí de Astún y Formigal a través del Valle de la Canal Roya. Los defensores de esta iniciativa argumentan que la unión de estas dos estaciones creará una de las zonas de esquí más grandes de España y atraerá a más turistas, lo que generará más empleo y beneficios económicos para la región. Sin embargo, una parte importante de la población local insiste en señalar que este proyecto puede tener graves consecuencias medioambientales, así como un impacto negativo en la vida de los habitantes de los pueblos cercanos.
Podríamos hablar de los atascos que se repiten cada fin de semana, de una zona saturada de turismo, de la dificultad de acceso a la vivienda de la gente de la zona por los altos precios de las segundas residencias, del empleo precario durante unos pocos meses al año, del proyecto de construir dos Burger Kings en la zona (uno en Jaca y otro en Sabiñánigo)… O de un valle con una gran biodiversidad, con un paisaje único que puede generar empleo de calidad y bien remunerado en el sector turístico de naturaleza, de la espectacular gastronomía local —que lucha por sobrevivir ante la creciente demanda de salchichas de cerdo tipo Frankfurt que tan poco tienen del territorio y que invaden las cafeterías de las pistas—, de los cuentos, de las brujas del Valle de Tena, de las leyendas, de cómo el Dios Anayet y la Diosa Arafita cosiran de la Foratata: esa roca en la que se convirtió su hija, Culibilla, al negar su amor al todopoderoso dios Balaitús, y de cómo las hormigas de O Formigal —que significa el hormiguero en aragonés, ese lugar que hoy da nombre a la mayor estación de esquí de Aragón— la protegieron, y de cómo Culibilla, en agradecimiento, se agujereó su corazón para albergar en él para siempre a las hormigas blancas, y de ahí su nombre en esa lengua medieval: Foratata —que significa agujereada en aragonés—.
O también de cómo, más allá de los cortos inviernos y la insostenibilidad —cada vez más evidente— de las pistas de esquí, el cambio climático está alcanzando un punto —debido a la actividad humana— en el que cada vez resulta menos viable la vida en el planeta en un futuro próximo, tal y como resalta en su último informe el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC).
Por eso, quizás, cada vez resulte más complicado comprar el argumento de que el esquí va a generar empleo de calidad en las comarcas pirenaicas, cuando, en el contexto actual de emergencia climática en el que nos encontramos, deberíamos ser conscientes de la falta de nieve y de agua y preocuparnos de anticiparnos a las sequías que cada año van a ser más severas, al riesgo de incendios cada vez mayor. Y en vez de invertir en proyectos completamente insostenibles desde cualquier punto de vista —y especialmente desde la perspectiva climática y ambiental—, como el esquí o las macroexplotaciones de ganadería industrial, deberíamos apostar por iniciativas que pongan en el centro la gestión eficaz y justa del territorio. Esto es, apoyar a las pequeñas ganaderías extensivas familiares que aún sobreviven en estas comarcas, impulsar la creación de nuevos rebaños que ayuden a conservar estos paisajes y a prevenir futuros incendios. Favorecer la diversificación de la actividad económica y apoyar el turismo basado en la observación y disfrute de la naturaleza de una manera responsable. Y ser conscientes, también, de que no se puede promover ninguna pista de esquí sin tener asegurado que va a haber ganado pastando en las estaciones en verano, ya que, si no fuera por la acción del pastoreo que corta la hierba y mantiene la vegetación en equilibrio, la hierba crecería y se formarían bolsas de aire entre la vegetación al caer la nieve que dificultarían enormemente la práctica del esquí, por no hablar de la matorralización del paisaje…
¿Cómo vamos a decirles a los niños y niñas y a las personas jóvenes, que tengan sueños, que se esfuercen en ser libres, cuando les estamos arrancando los últimos recursos que aún conservamos, cuando se está haciendo caso omiso de los informes científicos, cuando se está negando el impacto ambiental evidente de este tipo de proyectos, cuando en vez de conservar los ecosistemas, los estamos destruyendo?
Desde aquí pido perdón a las generaciones venideras. Nosotros no queríamos la destrucción de Canal Roya, ni tantas otras cosas…
Bravo!!!. Besos.