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Hay una canción de José Antonio Labordeta que siempre que la escucho, se me pone la piel de gallina. Se llama Todos repiten lo mismo, y me hace pensar en el medio rural, lo que me hace estremecerme aún más. Me recuerda a mi padre, y a las historias que cuenta de su padre. A mi tío, y a las historias que cuenta del verano en que nació mi padre y mi abuela le mandó al pueblo de mi abuelo. Y me recuerda a las primas de mi padre, que resistieron en un medio rural a años luz del medio urbano. Pero no puedo evitar, tampoco, preguntarme ¿y ahora por qué se marchan?. Y sí, nada ha cambiado, todos repiten lo mismo. Pero vayamos por partes.
Todos repiten lo mismo
cuando dicen que se marchan,
con cuatro granos de trigo
se alimentaban.*
El reencuentro

Pastor con su rebaño de ovejas de raza Rasa Aragonesa en los alrededores del pueblo.
Durante mi época universitaria, solía hacer salidas de campo con amigos a ver fauna salvaje, o sus rastros, y a veces simplemente a descubrir el paisaje.
Fue en la Facultad donde descubrí que el secarral del que provenía mi abuelo era un ecosistema único, y que además era uno de los pocos lugares donde seguían bajando pastores pirenaicos con sus rebaños de churras tensinas. Castigado con temperaturas extremas y suelos yesosos, pero premiado con una fauna y un paisaje únicos; algo que no daba de comer (bueno, a veces sí, como me confesaría mi tío), pero que daba lugar a un espacio increíble. Por cierto, si alguien quiere disfrutar de una noche estrellada, no hay mejor lugar para una escapada nocturna que las estepas de la margen derecha del Ebro. Igual de tanto mirar a la luna, el paisaje acabó pareciéndose a ella.
El caso, es que en una de esas salidas de campo con amigos, redescubrí el pueblo de mi abuelo, al que había ido durante mi infancia, pero que mi memoria ya no recordaba. Lo había olvidado, como se olvidan las cosas que es mejor no recordar. Sin embargo, cuando volví lo reconocí todo, y me enamoró.
Volví varias veces, y recuerdo que al llegar a casa después de una de las excursiones, le dije a mi padre que no entendía cómo mi abuelo había podido marcharse del pueblo para irse a vivir a Zaragoza. Mi padre se molestó, y me vino a la memoria la época en la que desde Madrid se quería impulsar un trasvase del Ebro y se nos tachaba a los aragoneses de insolidarios, y él (mi padre) también estaba molesto, porque se acordaba del pueblo de su padre, a solo 14 km del Ebro, y donde no llegó el agua corriente hasta los años 80. Donde a día de hoy, en pleno siglo XXI, se sigue mirando diariamente al cielo para rogarle que llueva, y donde los máximos monumentos a los que se venera son una balsa y un aljibe. Un pueblo muy cerca de aquel fatídico lugar en el que en la Guerra Civil tuvieron que matar a los caballos para beberse su sangre y no morir de sed.
Yo tendría entonces 19 ó 20 años, y no sabía nada. Me di cuenta de que yo solo veía un paisaje, pero no veía a sus gentes.
Si en algún camino encuentras
gente con la casa a cuestas,
no les hables de su tierra
que te mirarán con rabia.
Con rabia en la voz y el viento
con rabia en las palabras,
con la rabia que produce
abandonar lo que se ama.*
El aprendizaje

El paisaje de las estepas de la margen derecha del Ebro.
Una tarde de verano fuimos a visitar a unas primas de mi padre al pueblo de colonización en el que vivían. Ellas tendrían por entonces unos ochenta años. Durante la merienda, una hizo una confesión que nunca olvidaré. Nos contó que se despertaba por las noches porque tenía pesadillas. Soñaba que estaba en el pueblo (en su pueblo, en el pueblo de mi abuelo) y que no llovía, y lo pasaba mal porque al no llover, no tenía que darles de comer a sus cabras, y no sabía por cuánto tiempo tendrían agua. Lo peor de esta historia es que esta mujer se tuvo que enfrentar varias veces a esta situación más allá de sus pesadillas, en su vida real. Las estrellas, entonces, no daban de comer. El paisaje solo a veces.
Mula, paridera y monte,
cielo, tristeza y casona,
el día que el tren se marcha
todo abandona.
Tenía viento y carreta
y recuerdos de la guerra,
barro, sol, piedra y paisaje
y un regacho de agua muerta.*
Las oportunidades
La despoblación rural, en España, ha ocurrido muy rápido, demasiado rápido, y los únicos beneficiados han sido los jabalíes. La vida era dura, muy dura, dicen, y por eso marchaban. Que si no había qué comer, que si había mucha pobreza… Lo que no había era oportunidades, y sigue sin haberlas, por eso los jóvenes siguen emigrando a las ciudades. Primero para estudiar, luego no pueden volver porque las oportunidades en los pueblos, siguen estando a años luz de las oportunidades que brindan las ciudades. Oportunidades hay, es cierto, pero el esfuerzo para conseguirlas es mucho mayor en el medio rural, donde es patente la falta de servicios, que en el medio urbano. Prueba de ello es que actualmente 7 de cada 10 personas en España viven en áreas urbanas, a pesar de que el medio rural abarca un 90% del territorio. Y si es dificil volver, aún lo es más llegar, sin nada, porque aunque las casas estén vacías, muchas no se alquilan, otras se alquilan a precios desorbitados, y empezar una actividad laboral, sea cual sea, como se ha comentado es complicado, porque las políticas actuales, a pesar de lo que diga la propaganda, no miran hacia el medio rural, más bien le dan la espalda.
Se fue harto de promesas,
harto de palabras buenas
y ahora debe andar perdido
por algún lugar del mapa. *
Todos repiten lo mismo
Hoy he leído en la prensa que el mismo partido político que quiere cambiar la ley electoral para que el voto rural valga lo mismo que el voto urbano (para que el medio rural siga valiendo menos que el medio urbano y no tener que esforzarse en llevar a cabo políticas rurales), ha vuelto a desempolvar el Plan Hidrológico Nacional, y con él, claro, ha sacado del cajón al Trasvase del Ebro, al que claman como una solución para paliar los efectos del Cambio Climático. Parece que desde Madrid, también se sigue repitiendo lo mismo.
*Estrofas de la canción Todos repiten lo mismo, de J.A. Labordeta. La letra completa a continuación:
Todos repiten lo mismo
cuando dicen que se marchan,
con cuatro granos de trigo
se alimentaban.
Vivían él y la vieja
y el resto de la compaña
y al sol de los mediodías,
se calentaban.
Para la Navidad la oliva,
para el verano la siega,
para el otoño la siembra,
para la primavera nada.
Mula, paridera y monte,
cielo, tristeza y casona,
el día que el tren se marcha
todo abandona.
Tenía viento y carreta
y recuerdos de la guerra,
barro, sol, piedra y paisaje
y un regacho de agua muerta.
Para Navidad la oliva,
para el verano la siega…
Se marchó una mañana
con la mujer y compaña
gritándole a los paisajes
palabras duras y altas.
Se fue harto de promesas,
harto de palabras buenas
y ahora debe andar perdido
por algún lugar del mapa.
Si en algún camino encuentras
gente con la casa a cuestas,
no les hables de su tierra
que te mirarán con rabia.
Con rabia en la voz y el viento
con rabia en las palabras,
con la rabia que produce
abandonar lo que se ama.