Durante el verano las calles de los pueblos pirenaicos se llenan de vida y se rompe el silencio invernal. Desde lo alto, los espantabrujas de las chamineras observan a los viandantes, que se topan con nuestras simpáticas chimeneas al mirar al cielo. Pasan desapercibidas a sus ojos, sin embargo, unas imponentes flores con forma de astro, clavadas en puertas y ventanas. Son las carlinas, que nos protegen de brujas y enfermedades.
Esta llamativa planta, la Carlina acaulis L. se cría en zonas de pasto entre los 1.000 y 2.000 metros de altura y debe su nombre al emperador Carlomagno, del que cuentan que curó la peste que asolaba a su ejército con la raíz de esta planta. También se la conoce como gardincha y como cardo de broxas al ser, junto con la ruda, la planta más efectiva para protegerse de las brujas.
Por su parecido con el sol se colocaba sin bendecir en puertas y ventanas, costumbre que se sigue manteniendo, ya que protege tanto a personas como a animales de enfermedades, rayos, brujas y demás seres que deambulan en la nocturnidad. Cuentan que las brujas al ver una carlina no podían evitar contar las numerosas flores que la conformaban, y contando se les hacía de día, teniendo que irse sin poder llevar a cabo su cometido.
Pero además de proteger de los malos espíritus, la carlina tiene muchas propiedades curativas. En la Val d’Echo, por ejemplo, recomendaban beber el cocimiento de su raíz para tratar problemas urinarios, mientras que hace dos siglos en el Sobrarbe se popularizó el cocimiento de la raíz en vino para bajar la fiebre. Las “alcachofas” de las carlinas también se consumían por sus propiedades para provocar la menstruación, laxantes y vermífugas. Además, se sabe que contiene una sustancia efectiva que la hace efectiva frente a procesos víricos, como la gripe o la peste, de la que decíamos que Carlomagno salvó a sus tropas, aunque parece que su consumo durante un periodo de tiempo prolongado puede tener efectos tóxicos que afectan al sistema nervioso.
Hace mucho tiempo también se popularizó llevar un trozo de raíz de carlina en el bolsillo, como preventivo de enfermedades. Era tal la fe que se tenía a la carlina, que en 1833 el ermitaño de Santa Orosia llegó a recoger 24 libras (unos 11 kilos) de esta planta para el obispo de Jaca.
Así que ya sabéis, si vais al Pirineo y veis una carlina, dedicad unos minutos para honrar a este pequeño sol que lleva siglos protegiendo de todo mal a las gentes de estas montañas.
Bibliografía:
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Satué, E. (1991) Religiosidad popular y romerías en el Pirineo. Tesis doctoral. Universidad de Zaragoza
Villar Pérez, L., Palacín Latorre, J. M., Calvo Eito, C., Gómez García, D., & Montserrat-Martí, G. (1992). Plantas medicinales del Pirineo Aragonés y demás tierras oscenses.
VVAA (2013) Ruta de las brujas del Alto Gállego. PRAMES